En pleno metro de Berlín, uno de los pasajeros del vagón comienza a reírse sin razón aparente. Al cabo de unos minutos la mayoría de los ocupantes del metro han sucumbido, sin motivo alguno, a este brote de risa.
Ya sea una consideración popular o no, la risa está relacionada con la alegría y la felicidad, con la diversión y lo cómico. Pero más allá del buen humor, la risa tiene una función fisiológica y socializadora.
Según Robert Provine, neurobiólogo del comportamiento de la Universidad de Maryland, la risa podría estar relacionada con funciones superiores y propósitos sociales. Si la evolución la ha mantenido, tiene sentido pensar que su función no es simplemente fisiológica.
En su libro Curious Behavior, expone que la risa es una respuesta biológica producida por el organismo como respuesta a determinados estímulos. Constituye una forma de comunicación innata y suele comenzar a los cuatro meses de edad.
Además podría ser una forma ancestral de comunicación, heredada de los primates e íntimamente relacionada con el lenguaje. Lo que no cabe duda es que es un potente imán de apoyo social.
Según Robert Provine, en el proceso de la bipedestación dejamos el tórax y el diafragma liberados, lo que nos proporcionó el control de la respiración, tan necesario para el lenguaje y para nuestra risa tan característica.
Provine recuerda un ataque de risa que sucedió en Tanzania en 1982 que se contagió a más de mil personas. Realizadas pruebas médicas y tóxicas, se concluyó que fue un efecto psicógeno y colectivo.
Si bien la risa se considera generalmente beneficiosa para la salud, existen también problemas de salud asociados a ella. La risa patológica (no controlable y con labilidad) es característica de ciertas enfermedades del sistema nervioso central, como tumores, ictus, demencias (Alzheimer) y problemas de las conexiones entre el cerebro, el bulbo raquídeo y el cerebelo. Enfermedades mentales como la esquizofrenia y drogadicción también la pueden padecer y son tratadas con antidepresivos como la paroxetina.